I
Al invitarme los organizadores del V Festival Poético de la ciudad de Maracaibo, a quienes expreso mi gratitud por tal distinción, me pidieron, con cortesía y sin intención de restarle libertad a estas palabras, que tratara de hablar de mis vivencias, de mi poesía y de mi nada extraordinaria biografía, más que de teorías o discursos academicistas y extensos.
Había colocado sobre el escritorio la Historia del Zulia de Juan Besson y libros de poesía, cuentos, novelas, ensayos, de mis amigos, algunos presentes. A todos los respeto y recuerdo de manera constante; muchas de sus obras resuenan, en mayor o menor grado en mi modesto trabajo, sobretodo en las crónicas que eventualmente publico.
Evoqué clases, apuntes y libros de profesores y condiscípulos de los distintos liceos donde estudié, por causas que no vienen al caso, pero causas al fin, mi accidentado bachillerato.
Ubicados pues mis insumos, listo para iniciar la redacción, recordé la sugerencia de los organizadores y me pregunté si yo podría hilvanar un discurso breve que aparte de manifestar mi gratitud, también dijera algo de mi ciudad y del oficio por el cual estoy aquí. Ordenados quedan para otra ocasión, si es que la hubiere, los libros de referencias y las alusiones a la economía del lenguaje, las citas de y sobre la obra de Gustavo Pereira, Eugenio Montejo, Ramón Palomares y Rafael Cadenas; el rechazo al adjetivo que desde Huidobro y el ultraísmo, fue acogido casi con religiosidad por autores y escuelas de letras, y sobre cuya temática nuestra Ana Enriqueta Terán, ha opinado que sin la adjetivación nada en la lengua tendría gracia, posición que comparto, así como no creo que el poeta sea un Dios pequeño o grande, pues no los hay pequeños, aunque algunos pretendan ser más grandes de lo que son.
También hube de seleccionar los libros de Rutilio Ortega y Rafael Molina Vilchez, para mis alardes bibliográficos, porque hablar en Maracaibo sin humor es como hacerlo en lengua extraña.
Contar mi vida es quizás, lo mejor que puedo hacer. Permítanme guardar, por un rato, mi, desde hace tiempo, deliberada humildad.
II
Nací el 23 de Enero de 1946, en la calle Pichincha, muy cerca de la Cañada del Brasil, en la Parroquia Santa Lucía, en cuyo templo fui bautizado por el Padre Castellanos.
La familia se movió hacia la calle Casanova, la cual aún conserva su jardín, su patio, su aljibe y su nombre: Santa Teresita, diagonal a una llamada Viena, que marcaría mi vida años después, por motivos que hoy tampoco es necesario detallar.
Tanto mi familia paterna, como la materna, provienen de la costa nororiental del lago; el padre, de la cabecera norte del puente, Puntiguana, Municipio Santa Rita; la madre, de “La Villa Procera” (Los Puertos de Altagracia), Municipio Miranda. Del primero, los Núñez, los Cepeda, los Melean, conformaban familias semiclánicas de pescadores, cazadores, marineros, agricultores, artesanos, comerciantes, y algunos otros oficios autárquicos, típicos de los pueblos fronterizos y portuarios.
Por mamá, Alicia Marina Silva, los Novo, los Padrón, los Silva, los Urdaneta, los De León, los Rodríguez.
La agricultura y el comercio trajeron a mi abuelo, César Augusto Silva, y a mi padre, Miguel Ángel Núñez, a Maracaibo; primero llegó el abuelo, a la calle Oriente, donde ahora está el edificio Chumaceiro, allí también funcionó una juguetería de mi padrino y socio de papá, Hermágoras Prieto; donde por primera vez, a los cinco o seis años, accioné una ametralladora de inacabable carga, era china y era el año 1951 o 1952; tan descomunal arma lanzaba rayos a diestra y siniestra. Jugué tanto con armas y soldados de plomo que a partir de los 11 años, nada quise con prácticas marciales, y si algunas he tenido que ejercitar en circunstancias menos lúdicas, ha sido más por amor a la libertad, a la civilidad y a la vida, que por regodeo morboso con la violencia y la muerte.
De Los Puertos de Altagracia, artistas, poetas, educadores, provienen otros nutrientes de mis oficios. Cosme Novo se llamó mi bisabuelo, de origen italo-andaluz, como decir Mundo Nuevo, Nuevo Universo. En algunas crónicas lo citan como un picapleitos de cuidado; mi abuela y sus fotografías insistieron en presentarlo como un astuto abogado. A mí sólo, desde niño, me entusiasmó su nombre.
Para niños que escuchaban de su abuela, Ana Irma Padrón, poemas, cuentos y oraciones, todos los días después del obligado rosario radiado por el padre Olegario Villalobos, a las seis de la tarde, ese nombre, Mundo Nuevo, incitaba a llevarlo en la memoria y convertirnos en seres libertarios y fabuladores.
III
Mi poesía, conciente o inconcientemente, o derivada de lo que llaman genesia cultural, es expresión del desarraigo. Provengo de vivencias etno-culturales agrarias, y dioses perversos o excesivamente generosos, introdujeron en las aguas donde navegué con mis tíos Ángel Francisco y Jesús Núñez, en la piragua Ceres y en el barco Caribe, cuya contextura robusta le permitía flotar más allá de San Carlos o Castillete, ennegrecidas manchas que destruían no sólo el origen de nuestras tribus, sino nuestra forma de ser, de comer, de bailar, de cantar y de amar.
He buscado por doquier aquellos barcos, cargados de colores, olores y sabores penetrantes, he buscado aves, peces y cocotales extraviados. Sólo los encuentro en la memoria, en los versos y cuentos, y en mis insomnios. Lo que no hallo en parte alguna es la ametralladora, otras veo amenazantes, mas ninguna como aquella, la que llegó en un ferry llamado Caroní o Colón o Caracas, o en barcos procedentes de puertos milenarios o míticos que sólo existieron en la mente confusa de un niño hoy envejecido.
Gracias a todos por estar en este festival compartiendo sueños y nostalgias, estas ganas de vivir, renacer y combatir por la paz más allá de la muerte, con la más pura palabra: la poesía.
Una economía agraria, en nuestra región, asume caracteres lacustres, con un largo y polisémico historial de piraterías, anécdotas, y movimientos que con la entronización del rentismo petrolero, deshace identidades, mientras fragmenta o caricaturiza tipologías, que reproducen modelos nada cónsonos con lo que venía siendo un proceso sincrético natural, mestizo, con presencia aborigen y africana. Más que con una poética autóctona nos encontramos con una eurocéntrica, salvo expresiones como las décimas y las gaitas, las cuales por su origen tampoco dejan de serlo, pero muestran una rebeldía a veces exagerada, frente a esa negación del origen, que cuando no se refugia en el humor o en la ironía flagelantes, toma formas nostálgicas de débil consistencia estética, aunque de innegable aceptación popular.
La relativa insularidad zuliana, superada en cierta medida por los proyectos viales, como el puente y las autopistas, mantienen en el imaginario colectivo una sensación de lealtad a lo pertinente, o en contraposición, la negación de lo que hemos sido como región y como parte de la pluralidad republicana, la cual, es decir el país en su totalidad, no escapa de las características que unifican la dependencia latinoamericana. Dependencia vinculada con la explotación petrolera, con el rentismo de ella generada, la importación de alimentos y todo tipo de manufacturas, no sólo de producción imperial, sino, incluso, de países de nuestro entorno sureño, centroamericano y caribeño. Si América Latina ha sido, como dice la trillada frase “el patio trasero de Estados Unidos de Norte América”, Maracaibo es la capital de esa dependencia durante todo el siglo XX y, de manera más aguda, como lo demuestran las empresas mixtas, la pérdida de soberanía política, económica, alimentaria y territorial, en los últimos diecisiete años. Hoy tal dependencia no es única de Estados Unidos, pues nos hemos atado a otros imperios que resultan más costosos y alejados, de los rasgos culturales comunes a la condición americana, a la lengua castellana y a la tradición occidental.
Ante el ya notorio fracaso del loable e idealista proyecto bolivariano, el cual desde el siglo XIX dispuso como propia y mensurable la territorialidad venezolana, cuyos límites iniciales han sufrido considerable disminución, Maracaibo, el estado Zulia, y el occidente de Venezuela han sido tocados por decisiones políticas y económicas que corresponden a conceptos geopolíticos neocolonizadores, que nos afectan en nuestro desarrollo y en nuestro perfil cultural.
Los intereses trasnacionales, aparte de destruir la flora y la fauna del lago, han trastocado el uso de tierras de tradición agropecuaria, en búsqueda de riquezas energéticas de variada naturaleza: petroleras, carboníferas, y otras de sospechoso uso militar. No sólo muere o se debilita la fuerza lacustre que ha marcado históricamente a nuestra poesía.
La peculiaridad portuaria y fronteriza, que nos confiere caracteres binacionales desde el punto de vista geográfico, al ubicarnos en las proximidades o en la periferia de la Cuenca del Magdalena perdería también soberanía con la construcción antipopular, potencialmente destructora de culturas aborígenes, del insólito proyecto carbonífero, el cual, sumado al ya nefasto manejo que nuestros gobiernos han hecho de la política petrolera, golpearía la zulianidad, en su tradición poética, y en la multiplicidad de nuestras relaciones socio-económicas.
En nombre de una supuesta o real unidad continental no podemos perder nuestros rasgos como pueblos con perfiles históricos de importancia universal.
En este marco conceptual donde se funden lo específico regional, lo nacional e internacional, el surgimiento de un movimiento poético como el que, con el apoyo de la Dirección de Cultura de la Alcaldía de esta ciudad capital, estimula la participación no sólo de los jóvenes; también de quienes creemos que estas expresiones orgánicas de la voluntad de pensadores, educadores y poetas que entienden la infinita dimensión del arte, y en particular de la palabra en su función transformadora, contribuirán al rescate y a la innovación de una poética que explore y alcance niveles de difusión y confrontación universales, ante la necesidad de emprender una campaña dirigida al fortalecimiento y la distinción de la espiritualidad colectiva.
En momentos como los actuales en nuestro país, la apertura de un debate sobre estos temas que estoy seguro nos harán reflexionar, debe ser constante. No podemos evitar la alusión a los antiguos filósofos occidentales, en especial, a Platón y a Aristóteles.
De Platón, recuerdo una anécdota, ocurrida en esta ciudad de Maracaibo en 1994: alrededor de una mesa conversaban Hesnor Rivera, Hugo Figueroa, Elena Vera, José Antonio Castro, José Antonio Escalona Escalona, Lydda Franco Farías y algunos miembros del Comité Organizador del homenaje que en esa oportunidad le rendían autoridades del gobierno del Zulia y de su universidad, al poeta Ramón Palomares, quien, previa solicitud de permiso, mientras Hesnor se extendía en una disertación sobre poesía, tuvo la ocurrencia de interrumpirlo, para decir con mucha gracia: “Platón fue tan sabio que no encontró platón donde ubicar a los poetas en su célebre República…”.
Aristóteles publica por separado sus conceptos sobre poética y política.
A Platón, para bien o para mal, lo califican de idealista; a Aristóteles, tal vez por su dominio de las matemáticas o por su andar de lo deductivo a lo inductivo, lo ubican como pragmático.
Si se me obligara a expresar opinión, en esta tarea de hablar de mi escritura, diría que no creo que poesía y política puedan ser divididas en valoraciones de mayor o menor condición humana, pero sí que son antípodas, extremos históricos en constante movimiento y combate. Creo que la poesía siempre – oh, Sísifo – buscará lo más sublime de la libertad, y el poder intentará siempre controlar las alas poéticas; mantenerlas unas veces más cortas, otras más largas. Ejemplos sobran en esta lucha desigual. De esas alas hablaron Baudelaire y Rubén Darío; el francés, en su Albatros y Rubén Darío, al volar sobre pantanos sin manchar sus plumas. De las tijeras han hablado Mayakovski, al cortar sus alas de un balazo fulminante, y Roque Dalton, al ser ajusticiado por un aventurero político. De los nuestros, han volado alto Pío Tamayo y Antonio Arráiz, Valmore Rodríguez y Lydda Franco Farías. En la vida de ellos coexistieron en feroz lucha la poesía y el concepto de poder. Ganó la libertad. El arte. Lo sublime. La vida ha enseñado que los opuestos pueden coexistir.
Gracias, muchas gracias, a quienes me invitaron y a quienes han tenido la paciencia de escucharme. Buenas tardes.
Interesante y ameno este relato que, buscando ser autobiográfico, se nos convierte en el retrato coloquial de una época, que nos muestra lo anecdótico familiar, junto al devenir histórico regional y nacional, expresado en forma nada arrogante, aunque profunda. Y la dimensión temporal que ocupa la narración de Tito, me lleva a una reflexión -si se quiere superficial, pero con alguna significación en lo personal- que tiene que ver con lo generacional, derivada de la mención de su fecha de nacimiento, el 23 de enero de 1946. Las fechas constituyen (para mí, probablemente como “gaje del oficio” por mi condición de Profesor de Geografía e Historia, un elemento importante, en ocasiones imprescindible, para la completa definición de cualquier episodio en que intervengan dos o más personas). De allí que sufra cuando un texto o una imagen no incluyen la referencia temporal, o especule cuando la referencia aparece y nos permite hacer asociaciones, a veces muy pertinentes. Señalar día, mes y año de nacimiento es algo que ayuda al lector a formarse una imagen más completa sobre una persona, sin embargo no todos aceptan mostrarse en detalle, y nos privan de conocer la edad exacta, lo cual es un elemento importante y útil en la biografía de cualquiera. Tito no se escabulle dando solamente el año, y yo aprecio la información, desde mi condición de quien nació 28 días antes que él. Cordial saludo.